Fue un roce leve en mi boca entreabierta,
como un beso mínimo venido de otra boca.
Un suspiro lanzado a los cuatro vientos,
y perdido en el aire, desorientado,
se posó en mis labios.
¡Bendita caricia repleta de suavidad!
Ella abrió las compuertas del temblor
en las manos, la puerta al ebrio caballo
de la ternura, despasó los cerrojos de
la cobardía poniéndole alas, y cual
Pegaso, me llevó en su grupa hacia
mares de ensueño donde versos misterio
perseguían mis manos anhelándose atrapar...