De nuevo, de la mano de Yeste Lima, me adentro en el complicado mundo de la biografía, el escribir sobre alguien famoso del pasado, naturalmente...a mi manera. En esta ocasión, me incliné por una de las grandes bailarinas de la historia y decidí alejar la frialdad de biografiarla ateniéndome a números o fechas, de manera que preferí "charlar" con ella sobre aquella que fue...
Las frases en negrita están sacadas de Google y son de su autoría, así no parece un triste monólogo.
“Si pudiera expresarte lo que se siente, no valdría la pena bailarlo”
Naciste ola, Isadora, ola pequeña
destinada a tsunami arrollador, en esa ciudad de calles empinadas que bajan hacia el océano y donde su bahía estaba destinada a esperarte: San Francisco. Viniste
como Ángela Isadora Duncan, y contigo nació el movimiento en tu interior, algo que con los años describiste de esta manera:
"Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y la danza, me ha venido seguramente del ritmo de las olas."
Sufriste junto a tu madre y
hermana la desolada vivencia de un progenitor desalmado que pronto os abandonó
a vuestra suerte dejándoos desposeídas de todo lo material, que no así del
ansia de seguir hacia delante, persiguiendo tus pies, sabedores del camino.
El sufrir encogía tu corazón de
niña, te vaciaba de latidos que solo retomaban su bombeo en ese mágico lugar
donde el horizonte se hace misterio junto al cielo: la orilla del mar.
Ahí dejabas al pairo tu sentir mientras danzabas imitando la superficie líquida, dejándote arrastrar por el rumor de las
olas, y sus sus vaivenes.
“En la medida en que el sufrimiento de los niños está permitido, no
existe verdadero amor en este mundo”
Tu madre era valiente, decida y como profesora de piano que era, te llevó de la mano por el
envolvente mundo de la música clásica que formó tándem con las aguas, proyectándose en ti. Tú cuerpo era entonces sinuoso, ondeante, de fibra
elástica, natural, libre.
Como ese inmenso acuífero viajero, viajaste tú de un
lugar a otro, sin embargo, Europa ejercía una atracción especial en tu interior,sobre todo la civilización griega. Madre y hermanas marchastéis a Londres, lugar donde vagabas absorta por
los museos abrazada por el arte en todas sus extensiones, allí estudiaste incansable las distintas variaciones y los artistas que le daban forma. Grecia, fue la que más hondo caló, la que ejerció la mayor influencia en tus mareas, te hechizó por entero.
Tanto amaste el arte que acabó por amar ese cuerpo tuyo con el que inventabas esas coreografías
donde flotabas ligera como la espuma.
“Mi lema: sin límites”
Era la poesía otra de tus armas
predilectas para dejar el cuerpo en pos de ella, transmitir los versos a través
del movimiento corporal, era tu particular manera de escribir poemas. No todos
lo entendieron, Isadora, aunque tu fijación por lo griego,
acabó fascinando al
mundo, también el arte de los grandes Rodin o Bourdelle… cuya obra trataste de corporeizar.
Sentías que la danza debía ser una
fusión entre mente y espíritu, una perfecta y armónica sincronización
inseparable y mágica donde la bailarina fuese parte de la naturaleza, parte de
ese fantástico y maravilloso conjunto.
Danza libre, sin las ataduras o
atavismos de los bailarines clásicos, por ello renegaste del doloroso calzado
impuesto por ellos y danzaste con los pies desnudos, tan desnudos como tu alma
en el momento del baile.
"El bailarín del futuro será aquel cuyo cuerpo y alma hayan crecido tan armoniosamente juntos, que el lenguaje natural del alma, se habrá convertido en el movimiento del cuerpo humano. El bailarín no pertenecerá entonces a nación alguna sino a la humanidad"
¡Cuántos grandes conociste, se cruzaron en tu camino de gloria y tragedia!
Te impresionó la gran Pavlova, aquella bailarina rusa que te invitó a conocer Rusia, la danza del país, sus métodos. Estos eran por completo contrarios a tus argumentos sobre la danza. Pavlova ensayaba durante horas, intentando alejar mente y cuerpo, concentrada por entero en enterrar el sufrimiento en búsqueda de la perfección.
En cambio tú, desvestida de esa férrea disciplina, pretendiste siempre el equilibrio entre mente y espíritu. Dos maneras divergentes de sentir y aplicar la danza, de amarla y presentarla al mundo.
Magistrales ambas, elogiadas, admiradas desde todos los confines.
Para ti no había nada mejor que dejarse imbuir por el universo, donde ser una partícula más, una flor o un tenue rayo de sol paseando por la atmósfera, aquella avecilla aturdida buscando refugio bajo la lluvia; la misma lluvia.
Esa voluptuosidad de tu baile en aras de la fusión con el entorno, te llevó a ser denominada como "La Ninfa" además de tu ya sobrenombre:
La bailarina del mar.
"Lo que es contrario a la naturaleza no es bello."
Tus pies descalzos, las túnicas insinuantes sobre tu cuerpo desnudo y cómo no, ese olear de tu silueta, traspasaron fronteras, y así, sin saberlo, fuiste precursora de la danza moderna, un hito en la historia imitado durante generaciones.
Pero no todo era dejarse llevar por el amor a la danza, también surgió ese otro amor humano y carnal en el que no tuviste suerte...
Muchos fueron los amores en tu vida, azarosa como el mar también en éste sentimiento, sin embargo todos ellos acabaron rotos y a la larga, desaparecidos de manera funesta, lo que llevó a la habladuría de un extraño maleficio ejercido por ti.
La tristeza cuajó en tu interior como los carámbanos en los vértices del invierno quedando pertrechada en ti definitivamente , cuando tus hijos, Deirdre, nacida de tu relación con el escenógrafo inglés, Gordon Craig y Patrick, nacido junto a Paris Singer, hijo del magnate de las famosas máquinas de coser, perecieron en un accidente de coche cayendo al río Sena en París...
Eso te ahogó a ti, que perdiste el horizonte marino de tu vida.
No obstante, pasado el tiempo, surgiste de nuevo ola y te lanzaste al mar, viajando de nuevo a Moscú, donde sin pretenderlo, volviste a enamorarte, esta vez, del más grande y trágico amor de tu vida:
Sergei Esenin, poeta y actor moscovita, revolucionario apasionado con el que acabaste por contraer matrimonio.
Fue inmenso vuestro amor, lo fue hasta que os alejasteis de Rusia marchando a Europa, donde al poeta se le agotó la inspiración y ello lo llevó a ahogarse en alcohol en un intento de mitigar la desesperación. La violencia hizo acto de presencia dando por terminada la relación que pasó del estadio de la felicidad al dolor.
"El amor puede ser un pasatiempo o una tragedia."
Necesitaste tiempo para entender que tanto dolor acumulado había de desbocarse de nuevo en tu danzar, pero ya nada era lo mismo. Tus incondicionales dejaron de serlo tanto y tu cansancio era mayúsculo, así pues, decidiste instalarte en Niza para terminar el ya comenzado libro de tu vida.
En ese lugar te encontró la muerte un día cualquiera, la burlesca y cruel muerte, que hasta el último momento quiso preservar en ti el trágico halo de misterio.
Viajabas tú en tu coche, rodeado tu cuello con un sutil pañuelo rojo que parecía danzar al viento, ese viento que lo llevó a enredarse a una de las ruedas... y estrangularte.