Quiso su abrazo para mecerse,
arrebujarse del frío intenso,
de los pesares, los avatares
que traen descensos, que hacen prisión.
Quiso su abrazo para mecerse,
y él la meció.
En ese instante ya no hubo entorno,
difuminado quedó el pasado y hasta
el futuro se evaporó.
Quedó el presente entre sus brazos
sin artificio, sin una arista, sin un
penar.
El palpitar de sus corazones era testigo
de la rotura del maleficio...
La realidad fue sólo piel dando calor,
grato columpio para el amor.
Enlazados, ven a sus manos hacerse pájaros
volando raso en el balancín...
Se miran, se acunan y lo demás
se empequeñece, se hace foráneo y
desaparece.