Paseaba pensando que no lo hacía,
eran sus pies que llevaban su cuerpo
sin un pensamiento guía.
Ella observaba el entorno, lo adentraba
en sus pupilas y en la retina guardaba
aquella flor encarnada, la hoja que se mecía
y ante sus ojos danzaba o la desnudez del
árbol que tiritar parecía estremeciendo su alma.
Mientras avanzaba el paso, sin premura ni fatiga
unas inquietas letritas se iban soltando del relax
que la embargaba sin percibirlo siquiera.
Iban bajando a sus huellas y desde allí despegaban
al vuelo de mariposa, hacia la nube que viaja, a lomos
de un pájaro alegre o quedaban acompañando
la tristeza de una rama donde el rocío era lágrima.
Ante sus ojos, una pareja se abraza entre arrumacos perdida.
Más allá un anciano y su bastón trastabillan y ella chilla
yendo a prestarle sus manos evitando la caída.
Allende de la mirada el gris del cielo se raja
dejando a la luz guirnaldas de espigas rojas.
¡No me cojas, no me cojas! gritan las letras
jugando al que te pillo sin que las logre escuchar.
Pasear por pasear extraviando la mirada
sin desear nada más.
Cojea un perro ante su presencia y un sollozo
le acongoja la garganta, lo llevaría a curar,
pero huye cuando advierte su presencia.
La recorre un frío glacial. Es la vida y su dureza.
Las letras, inquisitivas, saliendo y entrando siempre
de su espíritu en silencio, van formando frasecitas
pequeñas y dispuestas a crecer para vivir
un escrito esperando hacerse ver.