Aún de gris al despertarse, muy pronto se coloca la montera, el traje de acuarelas relucientes saliendo hacia la plaza con sus gentes mirándolo dudosos.
Son días de toreo del invierno donde el gentío pañuelo blanco en mano, espera su faena.
Se ajusta bien los machos, se santigua y sale a darlo todo por el día. Se oye un pasodoble en la tribuna donde el sol viste de luces.
Es ahora mediodía con su estoque silenciado y a sus anchas resplandece con sus pases soleados.
Y se crece.
Se oye el vitoreo en el tendido buscando ese remate en oro y grana. Tan solo un impase los separa.
El crepúsculo invernal agazapado se envilece y acomete hacia ese atardecer que en su capote esconde la agonía.
Invierno matador por las mañanas, en pie pone la plaza en suerte de muleta y al fin, rehilete en mano, en gélida noche convierte su estocada.
*Siento la necesidad de declarar mi total aversión hacia esta práctica de arraigada tradición en España. No me gustan los toros ni la crueldad que representan, pero quise hacer una entrada donde quedase claro los vaivenes del invierno y sus días donde sol y frío de la mano, nos tienen desorientados, como el mismo toro y el hecho en sí de torear.
Con todos mis respetos, este tiempo nos hace una faena con tanto pase...