Quedo, muy quedo le digo al viento:
Llévame lejos.
En esa nube esponjosa que algodonada
me observa viviría indolente.
Mullida, mis ojos descansarían, mi mente mimetizaría
con el blanco hasta diluir cualquier cavilación lacerante.
En altura tan elevada, carecería de peso
sintiéndome ligera como nunca.
De puntillas, cual bailarina, recorrería el firmamento
tocando el suave celaje, en ocasiones gris,
otras de nácar, siempre negro al llegar la oscuridad.
Jugaría con las estrellas, y la luna, contenta
por la inesperada compañía, no dejaría de hablar
mientras sonrío.
La ventana medita mirándome de reojo
cuando el aire ligeramente fresco la atraviesa.
Pareciera preguntarse cómo una brisa cualquiera
es capaz de hacer volar mi pensamiento de forma tan dispersa...
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